I
Al despertar de madrugada, tuve el acierto de poner a salvaguarda, aquellas fases de estelas no visibles al estado consciente y poder aproximarlas a la noción, pues te había soñado, mi dama de ojos pequeños y sonrisa de luz.
Tuve que desglosar cada espacio de aquellas visiones inasibles, ordenándolas hasta lo mejor posible, con sus alegorías de realismo etéreo, subjetivo y plural que comprometen a los destinos protegidos.
II
Era un atardecer, con el firmamento de azules y rojizos que bordean la escala de la lucidez diferente en vías cotidianas, y desde allí, había echado a correr en las líneas lejanas de los próximos, hacia donde se contempla el final del sol y el viento se vuelve hacia más allá de los jardines, alcanzando pasar a través de lo distante y lo inverosímil en ese transito tan extraño como el tiempo real, llegando al final del artilugio para guarecerme en el destino.
Mis pasos avanzaban en calles con casonas antiguas y empedrados, ingresé al sendero de arcilla de los linderos de la distancia, en donde corren las aguas cristalinas, tan tibias y ligeras sobre el andar descalzo de los elegidos. En aquel lugar, luego de aguardar en el laberinto de las ideas y arrullos del exterior en voces conocidas que allí se gestan, llegaste tú, tan cadente como tus días de color beige, capturada en tu propia luz, ligera y descalza en aquellas tibias aguas cristalinas compartidas por ambos, luego, fue una frase de tus labios en tu mohín conocido, una frase convertida en oración que señalan hacia los caminos mancomunados para luego salir hacia el empedrado en donde se involucran los ajenos y la distancia de los vientos, rumbo hacia mas allá de los jardines, cerca de las rosas que se riegan con las aguas cristalinas.
III
Initium
Para mis días, conservo tu frase en mi memoria, conservo tu lucidez en su deletreo que congenia con lo evitable y el sublime tiempo próximo, mi dama de ojos pequeños y sonrisa de luz.
Autor: Raúl Silverio Carbajal
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