Verán, les diré que este humilde servidor, es un individuo susceptible a los constantes cambios del entorno cotidiano, de esos que convulsionan a las masas, pues, la acumulación de decibeles en las llamadas "horas puntas" me resultan tan inmisericordes e implacables en mi urbe - Lima. Urbe caótica e impresentable para ajenos a su idiosincrasia mutante y pueblerina.
En esta urbe, en sus aceras de sombras múltiples pulula gratis la condimentada desfachatez de pasos y griteríos agudos y roncos que golpean a mis oídos que no toleran la agresión de improperios que aturden mi misión. Los tumultos y barricadas móviles en centímetros cuadrados expelen sudores indecorosos con propuestas descaradas que no me interesan... solo obstaculizan mi rumbo.
Recuerdo que hace dieciocho años, en alguna avenida ancha se podía transitar con facilidad, entonces caminaba con los espejos de mis pensamientos que respondían a mis preguntas y toma de decisiones. No había tumultos que obstruyeran mi andar. Toda la vía era para mi y para quienes querían transitarla y deambular en ella una y otra vez... lográndo los sentidos esa claridad como un lenguaje pulcro e infalible carente de contaminación, además, se podía respirar a lo natural, toser y estornudar y ver las disímiles partículas de saliva extraviarse en el viento invisible de cualquier hora.
Hoy en día, en vías cualquiera, en las esquinas, en donde el semáforo hace de testigo mudo activo, allí, se agolpan los ruidos de voces que explosionan como tambores sin tono. Los ruidos de miles de motores destartalados de los transportes urbanos-homicidas llamados "combis", ladran arrojando smog infinitas veces, atropellándose y cruzándose unas a otras y engendrando el caos frente a letreros que prohíben el estacionamiento, y, es cuando los desquiciados al volante hacen sonar el alarido del indolente claxon que martilla en tropel durante segundos, minutos, horas, semanas, meses, años... a los transeúntes heridos ya despojados de su naturalidad.
Tal situación de ruido extremo me saca de mis casillas, y la medicina a aplicar es la agria indiferencia, que de no administrármela seria un orate en estado terminal.
Autor: Raúl Silverio Carbajal
Sud América / Perú