Cuando las auras logran el cotidiano de acciones ajenas, tan vulnerables que intercambian con aquellas propias a la media mañana de cualquier día que no aguarda a la noche, pues la carencia del tiempo se remonta hacia el génesis diferente, ante un dios observante y sin privilegios, es cuando deseo tocar el cielo.
En el tiempo de los peregrinos azules, cuando estos desafiaban a los infieles para hurtar el sabio conocimiento del oscuro.
En el tiempo de los romances y de orgias tan hermosas y sutiles hasta el hartazgo de las sienes y de los tactos pulcros sobre santuarios abiertos.
Entonces el cielo podía esperar.
Autor: Raúl Silverio Carbajal
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