Rael había despertado sobresaltado, recordaba un
sentido de dolor en recuerdos e imágenes que desaparecían con la complicidad de
la luz del día.
Rael
cerró sus ojos, adormecido y dormitando para lograr esa retrospectiva de imágenes
móviles e invisibles que habitan en la memoria y empezó a hilvanar la historia
reciente en la conciencia del sueño. Había estado caminando por calles viejas,
por asfaltos sobrios y con un acontecimiento de dolor en el alma; caminaba a
prisa mientras que Nina apuraba el paso para no quedar rezagada en esa caminata
con rumbo conocido en sueños pasados.
Los
tumultos de personas e ignorantes de todo seguían su rutina de idas y vueltas
sin importancia.
Rael
sabía que lo que había acontecido le causaba pánico y un mundo sin esperanzas
de cielo y ternura; de pronto, todo su interior se había vuelto marchito y sin
sentido de existencia.
Unos
minutos bastaron para llegar a su destino, Rael estaba frente a una vieja
casona de quincha y madera; la reja de hierro y oxido, el piso empedrado y macetas
con plantas descuidadas que hacían de jardín, le traían imágenes pasadas,
sonrisas y albas para un hermoso atardecer; ahora era diferente y lúgubre, sus
pasos se hicieron lentos y la mirada fija a manera de ausente con ese miedo
infantil que mostraba en su semblante.
Rael
cruzo el portal de una de las habitaciones envejecidas y allí estaba todo.
Un
sudor frío le recorría el cuerpo y el alma, sus labios endurecidos no atinaban
a pronunciar frase alguna, tan solo un ademán acentuando la cabeza.
Yrina,
se encontraba tendida sobre un tul azul, adornado con flores rojas sobre el
piso de madera desteñida. Estaba hermosa y sencilla, su piel color miel ahora
era blanquecina y extraña, sus facciones se enternecían con algunas líneas de sombras.
Yrina no respiraba, se había ido de este mundo de una manera rara con sus versos
de amor y sus historias guardadas en su corazón. Rael cayó de rodillas frente a
Ella, le beso las manos y la frente para luego quedarse en un ligero rose en
sus labios todavía de fresas. Rael pronunciaba a voz baja el nombre de su amada
junto a una oración que guarda el inicio de esa esperanza de amor de auras,
pues así lo entendió, así empezaba el recorrido hacia el plano hermoso de la
muerte, imposible de lágrimas y el cielo se abrió para El junto a su amada en
ese pronto destino de romance que empezaría luego de lunas que juntos guardaron
en sus noches clandestinas.
Rael
se había quedado abrazado a Yrina, sintió que Nina le tocaba el hombro a la vez que decía alguna estúpida frase de consuelo. Entonces el dolor se hizo inmenso e imposible de sostener cuando
Rael despertó.
Autor: Raúl Silverio Carbajal
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