Eran las 6:12 de la mañana de uno de estos días cercanos, había despertado con una sensación extraña, intuyendo como si algo se hubiera extraviado en mi memoria, el frío matutino me hizo arrebujar bajo la colcha polar que me entibiaba el cuerpo, en ese intento supe que te había soñado, que te había visto pasar a cierta distancia de mí, entre matorrales y árboles de una porción de bosque; te veías con un aire de extraviada además de interrogante en cada movimiento tuyo. La ligereza del viento arremolinó tus cabellos por una fracción de segundos y vi que te embargaba un temor que había descifrado con anterioridad.
Tu presencia súbita había ocasionado en mí, las siempre sensaciones de fuertes palpitaciones en mi corazón cuando estas junto a mí, y tú sabes muy bien el porqué. Tu figura se había colado a través de las circunstancias evidentes, completamente notoria cuando tus ojos se encontraron en el espejo compartido, de repente, entre móviles escasos, te acercaste despacio y dubitativa, como cuando cuestionas tus ideas y tus preceptos, pero allí estabas, frente a mí, como siempre y como nunca por tu ahora ausencia, tan tímida y amable, dulcemente hermosa con la pauta de la simpleza que viste tu existencia que me hace volver junto a ti. Y en el silencio de mi imaginación, te pedí que me abrazaras como ocurriera en nuestras tres noches eternas, cuando respirabas mi aroma y yo respiraba el tuyo, encarcelados en la libertad de un amor de auras que ambos entendemos bajo el amparo de los destinos de las noches.
Una frase que no recuerdo se articuló en mis labios y nuevamente supe que ya no podía vivir sin ti, entonces, las sombras bordeó los contornos, y allí me quedé, abrazado a ti, en las sombras y para siempre.
Autor: Raúl Silverio Carbajal
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